Me pidieron que planteara una hipótesis sobre por qué los estudiantes deciden abandonar su carrera universitaria, fenómeno que es muy común y preocupante en la Argentina. Después de leer algunos artículos periodísticos sobre la actualidad de este tema, decidí utilizar como marco teórico conceptual el que me fue provisto desde la sociología por Karl Marx, desde el psicoanálisis por Sigmund Freud, y desde la pedagogía por Paulo Freire. Esto es lo que salió:
En la Universidad, la enseñanza sigue
siendo (al decir de Paulo Freire) de tipo “bancaria”, al igual que en el primario
y en el secundario. Son demasiado pocas las cátedras dispuestas a abrirse ante la
realidad que vivencian los estudiantes que cursan la materia que las primeras
dictan. No hay conciencia, ni interés, ni idea de cómo trabajar con estas
realidades para incorporarlas de manera fructífera al proceso de enseñanza y
aprendizaje. Así, se termina ofreciendo una transmisión de contenidos descontextualizados
y, por ende, alienantes.
Existe una tradición pedagógica de promover el
estatismo disciplinante, exaltando el orden y el silencio, y fomentando la
concepción de éxito/fracaso dependiente del resultado de un examen, calificando
mediante una escala de notas que premian la capacidad de reproducción de los
conocimientos impartidos, pero que dejan poco espacio al desarrollo de la visión
crítica y de la creatividad; esta tradición es arrastrada desde el nivel primario
y soportada como una pesada carga en el nivel secundario, que, dicho sea de
paso, ya presenta en nuestro país un elevadísimo índice de deserción.
Así las
cosas, los pocos que logran terminar el colegio y que además se inscriben en
una carrera universitaria, cumplen inexorablemente con una tendencia común en
el psiquismo adolescente: la idealización. De modo inconsciente, los
ingresantes a la Universidad imaginan que en su seno se encontrarán prontamente
con su autorrealización personal. Después de todo, y luego de varios años de
tener que aprobar exámenes de materias que no decidieron estudiar, sino que les
fueron impuestas por la currícula obligatoria del gobierno, ahora por fin se
encuentran con la posibilidad de aprender contenidos específicos de una carrera
que ellos mismos eligieron, en condiciones de relativa autonomía.
Sin embargo,
este ideal de inmediata autorrealización (exagerado, por cierto), contrasta
rápidamente con la experiencia de las asignaturas universitarias, ignotas hasta
entonces, y de las clases que, una vez más, parecen perpetuar esa desmesurada exigencia
de disciplina, desmesurada al punto de recrear la sensación de que se busca reprimir
las propias capacidades críticas y creadoras. Este choque entre el mundo interno
y el externo, entre unas expectativas individuales sobredimensionadas y un sistema
educativo cerrado sobre sí mismo, produce nada menos que una fuerte frustración
en los jóvenes, pero debido al proceso de alienación al que son sometidos desde
niños en la escuela, y fundamentalmente en el colegio cuando son adolescentes, los
chicos no perciben a todo esto como una de las causas de su “fracaso”
universitario.
A continuación, podrán encontrar los artículos periodísticos a los que me referí al principio de esta entrada:
Para sintetizar, éstas son las principales hipótesis que se podrían extraer de la lectura de La Nación y Clarín (quiero aclarar que, según mi modesto entender, la mayoría de las causas enumeradas más abajo sólo rozan la superficie del problema):
- Una diferencia que se atribuye a que, en el ámbito privado, hay más exigencia y seguimiento personal de los alumnos junto a una menor dificultad en el contenido de las disciplinas que ellas dictan. (LA NACIÓN)
- "Las tasas de graduación universitaria más altas corresponden hoy a países desarrollados, donde más de 30 jóvenes cada 100 en edad para graduarse han obtenido un título universitario", escribió Alieto Guadagni, miembro de la Academia Nacional de Educación, en el informe "Deserción, desigualdad y calidad educativa", publicado por Econométrica SA. "En el país son menos de 14 jóvenes cada 100 en edad de graduarse los que obtienen un título universitario; un nivel de graduación inferior al de Panamá, Brasil, México, Chile y Cuba", dijo Guadagni a La Nacion. "La tasa bruta de matriculación en estudios superiores de jóvenes de entre 18 y 24 años alcanza en nuestro país al 60%, mientras que el promedio del continente es de menos del 30%", dijo Gill e identificó dos causas de este fenómeno. Una es la creación, desde hace dos décadas, de nuevas universidades "en el interior del interior" y la otra la gratuidad de la educación superior. (LA NACIÓN)
- El problema de la baja tasa de egreso y alta proporción de deserción universitaria "arranca en el pozo negro que hay entre los niveles secundario y universitario, entre los que no hay diálogo". (LA NACIÓN)
- Otra de las estrategias puestas en marcha por el Ministerio de Educación nacional para retener a los estudiantes y acompañarlos hasta la graduación fue el programa de becas "Del Bicentenario", con el que, según Dibbern, se redujo en un año el 63% de casos de deserción. (LA NACIÓN)
- En las universidades argentinas impera la ley de los más aptos: sólo llegan al diploma los que están mejor preparados. Dentro de las aulas se cuece una especie de “darwinismo académico”. (CLARÍN)
- El 86% de los ingresantes a una carrera no conocen a un profesional del área , que les pueda contar cómo es la vida laboral de la profesión elegida. “En el primer año, los alumnos tienen un contacto más real con otros alumnos, la universidad y los docentes. Y se encuentran con otra realidad: no es el imaginario que ellos esperaban”, ilustra Alexis Genuth, fundador y CEO de InterUniversidades.com. Para el ejecutivo, es imperioso que “los jóvenes accedan a más información”. (CLARÍN)
- Los expertos apuntan contra el secundario. “Todo arranca de la falencia del secundario, que es de lo peor de nuestra educación”, sentencia Horacio Sanguinetti, presidente de la Academia Nacional de Educación y ex rector del Nacional Buenos Aires. Y agrega: “Cuando los chicos terminan el secundario no saben ni cómo se llaman. No tienen idea de qué se trata la universidad. Y cuando llegan tropiezan con exigencias a las que no están ni remotamente acostumbrados”. Abraham Gak, profesor honorario de la UBA y ex rector del Pellegrini, coincide: “Es muy importante cómo llegan a la universidad. La salida del secundario es muy dispar, con falencias significativas tanto en escuelas públicas como privadas. No hay una real igualdad de oportunidades”. (CLARÍN)
- También es cierto que graduarse hoy es muy distinto a recibirse a mediados del siglo pasado. “En mi época, el estudio era garantía de ascenso social”, recuerda Gak. "Lo de ‘mi hijo, el doctor’ era una especie de ‘mi hijo va a tener un mejor futuro que el mío’. Ahora eso no existe: uno puede estudiar y no progresar –asegura–." Testimonio: Tienen 21 años y son pareja. Bárbara empezó el CBC de Medicina y al año abandonó. Sven dejó derecho tras el primer cuatrimestre. Ahora venden sándwiches gourmet en Belgrano. “Veo este trabajo como una herramienta para juntar plata; estudiaría luego como hobby –dice ella–. Hoy podés ganar más dinero con un emprendimiento propio que gente que estudió nueve años. No quiero frustrarme”. (CLARÍN)
- Para Rafael Gagliano, docente universitario especializado en Historia de la Educación (UBA-Unipe), la ansiedad de los alumnos (el quererlo todo rápido, todo ya) influye para que abandonen la carrera en el primer año. “Los alumnos de hoy quieren respuestas rápidas y tienen muy baja tolerancia a la frustración. Esa baja tolerancia hace que asuman una frustración como el fin de su carrera. Lo cierto es que el fracaso es recuperable y se puede salir adelante”. (CLARÍN)
- Hay factores económicos que podrían conspirar contra el progreso normal de la carrera: “En la UBA los chicos realmente trabajan. Hay un alto porcentaje de jóvenes que ya tienen una necesidad de costear sus estudios o de ayudar a sus familias. No creo que sea un factor determinante, pero fragiliza sus trayectorias”, describe Gagliano. (CLARÍN)
- Itai Hagman, ex presidente de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), aporta otra mirada y culpa al CBC. “Muchas veces tiene un criterio de filtro. A muchos estudiantes que no tienen una formación secundaria de alto nivel les cuesta muchísimo y quedan afuera. La UBA no tiene hoy herramientas para aquellos alumnos a los que les cuesta más, o que trabajan”, protesta. (CLARÍN)





